Drag

Gregorio siempre fue considerado un hombre apuesto y varonil.  Tuvo la fortuna de desarrollar una voz gruesa, fuerte, trepidante; su cuerpo era estéticamente hermoso… sus brazos formaban fuerte curvas derivadas del deporte en gimnasio de practicaba desde adolescente sin que llegara a la exageración; su ancha espalda terminaba en una cadera estrecha que daba paso a un par de piernas con músculos torneados y trabajados. Su piel era de un color apiñonado que enfatizaba sus ojos color miel y sus pestañas largas y rizadas, podrían causar envidia a cualquiera.

Se sabía guapo. Solía contonearse frente a hombres y mujeres para que disfrutaran su personalidad tan masculina, tan fuerte, tan viril. Rechazaba de cierta manera todo lo que a su persona le restara hombría en toda la extensión, aunque no caía en racismo o rechazo pues tenía amigos y conocidos con preferencias sexuales diferentes a la suya, e incluso, salía con ellos a cualquier bar o de antro para divertirse.

El se sentía orgulloso de sí mismo y lo hacía notar en donde fuera. Le gustaba que lo vieran «hombre» y deseaba que así lo recordaran siempre.

Cierta ocasión él y un grupo nutrido en diversidad, fueron a divertirse un bar con espectáculo conocido como Drag Queens; al calor de los tequilas, los vodkas y otros cocteles, se hacían bromas, chistes, todo lo que causara gracia y agrandara la diversión; entre todos hicieron pequeños grupos para jugar entre ellos y los que perdieran, pagarían la cuenta y una graciosa apuesta.

El grupo de Gregorio perdió … así que antes de liquidar la cuenta, tenían que bailar en el escenario para todos, con el pero de estar vestidos como Drags Queens. Gregorio riéndose decía que no y no, mientras las otras Reinas, le coqueteaban y trataban de convencerlo con frases tiernas y trilladas.

Gregorio no cedía, y aunque con risas y ademanes divertidos, se negaba

– Cómo creen? ¿yo vestido así, de mujer? ¿maquillado? … y luego ¿semejantes tacones de plataforma? Noo, están locos, yo no voy a arriesgar mi imagen de «macho» con estas cosas.

A fin de cuentas y por presiones de los amigos y de todo el grupo artístico, accedió. Fue entonces que en el camerino de las artistas, le maquillaron y enfatizaron su cara, le pusieron una larga y hermosa peluca de rizos rojos, le pusieron un vestido de lentejuela plateada que brillaba al mínimo movimiento; se puso de pie enfundado en un par de zapatillas de altísima plataforma que se amarraba con cintas, lució una abertura que dejaba libre una pierna de manera sensual. Era toda una Drag, femenina, divina, hermosa y elegante.

Se miró al espejo y negó con la cabeza. Se negaba a ver nulificada su hombría.

Le indicaron cómo y hacia dónde caminar… Riendo, un par de veces practicó el contoneo de su cadera y la colocación femenina de los brazos, fingió estar en una pasarela y caminó… de pronto, al bajar los escalones, uno de sus tobillos se dobló debido a la inexperiencia y lo alto de la plataforma del zapato, haciéndolo rodar por las escaleras… cayó, dio varias vueltas sobre sí, se desnucó y murió al instante.

Muchas personas rodearon inmediatamente el inerte cuerpo. Nadie pudo evitar que salieran celulares de quién sabe donde, llegaron periodistas y gente con morbo, todos tomaron fotografías del infortunado hombre que posteriormente se dieron a conocer masivamente en redes … fue una comidilla donde recuerdan tristemente al «gay» vestido de mujer que murió trabajando.

La memoria que quedó de Gregorio fue de la «Drag», «trasvesti», «gay», «volteado», «maricón», «marica», «desviado»… nada de aquella imagen varonil que siempre trato de cuidar y por la que trabajó tanto tiempo.